viernes, 1 de mayo de 2015

cibercultura e inteligencia colectiva

CIBERCULTURA

¿Cómo está transformando la cibercultura nuestra vida cotidiana?

Diego Fernando Barragán, doctor en Educación y Sociedad de la Universidad de Barcelona analiza cuáles son las oportunidades y las precauciones del uso de la tecnología en nuestras vidas.
Por: Diego Fernando Barragán Giraldo */Especial para El ESPECTADOR

Desde hace un tiempo los taxistas sorprenden con el manejo de las aplicaciones móviles en sus vehículos; la gran mayoría de ellos, por lo menos en Bogotá, han optado por estos desarrollos tecnológicos para mejorar su trabajo. Al indagar sobre el tema, casi todos hablan del cómo esto ha mejorado sus ingresos, se han convertido en otro tipo de trabajadores: cibertaxistas, podríamos decir.

 También llama la atención que en Transmilenio, en la ajetreada hora pico, cada persona se refugia en sus aparatos móviles, navegando y surfeando –quien sabe en qué aguas– con una profunda inclinación reverencial de sus cabezas. La escena, me hace recordar el metro de París –antes de Internet– donde las personas se hundían en sus libros, para evitar el contacto con los ojos de otro ser humano. Pone a pensar, también, lo que ocurre con adultos mayores, quienes ha pasado del correo electrónico, a Facebook, a Skype y ahora al WhatsApp para comunicarse con hijos, hermanas, hermanos y amigas compartiendo a diestra y siniestra cuanta imagen, reflexión o fotografía que les parece importante. De eso se trata la cibercultura: que hoy estamos inmersos en una dimensión donde como seres humanos convivimos con todo lo que acontece en el ciberespacio; es decir, que la internet, la telefonía móvil, la radio, la televisión –entre otros tantos medios– llevan a resignificar aquello que acontece en nuestras vidas, al punto de afectarnos como seres humanos en nuestras relaciones y acciones concretas.

 La cibercultura -otros hablan de cultura digital- invita a pensar en las formas como la comunicación y la interacción con la tecnología permite estar en diversas situaciones existenciales y desde allí se asume la vida cotidiana; en estos términos, ya no es posible que pase inadvertido el fenómeno y, en consecuencia, vale reflexionar, aunque sea momentáneamente, sobre algunas oportunidades y precauciones. Oportunidades La posibilidad que cualquier ser humano puede hacer presencia en la red y así romper el anonimato; Facebook, Twitter, WhatsApp, son un ejemplo de ello.

 Al poderse diseminar por cualquier partes, la cultura digital, permite cuestionar los paradigmas de justicia y poder, al punto que las personas pueden manifestar sus intereses y cuestionar lo instituido, como lo sucedido con la primavera árabe, donde las redes sociales cristalizaron las movilizaciones. El ‘ciberactivismo’ se convierte en una opción de cambio. La información fluye rápidamente y las noticias ya no son asunto exclusivo de quienes controlan los medios masivos de comunicación; los acontecimientos de la vida cotidiana –que suelen transformarse en noticias– están al alcance de todo aquel que pueda registrarlos con un dispositivo móvil y transformar ese instante en un hecho noticioso al hacerlo circular en las redes. Así, se puede llegar a transgredir lo que los medios masivos de comunicación presentan, pues la verdad ya no es única y homogénea. Las nuevas narrativas son uno de los ejes de la cibercultura; así, los lenguajes que pueden llegar a circular en el ciberespacio son de orden diverso y generan agremiaciones en ‘Comunidades de Práctica’, donde como pares los individuos pueden aprender los unos de los otros.

 Las posibilidades narrativas ‘transmedia’ están a la orden del día. Precauciones: Hacer presencia en el ciberespacio es costoso; se necesita conectividad, aparatos cada vez más sofisticados y eso cuesta. En este sentido, aun cuando el ciberespacio permite la inclusión de las voces que antes eran anónimas, también puede llegar a excluir a aquellos que no poseen los medios económicos para estar allí. Nuestros niños y jóvenes, recurren al ciberespacio para recrear sus vidas y constituir su propia subjetividad; en consecuencia, se debe formar en el sentido crítico para saber seleccionar la información, en el respeto por propio y del otro, entre otras tantas cosas.

 Pero esto no se logra de la noche a la mañana, requiere de los esfuerzos de padres de familia y profesores, entre otros tantos actores, quienes se familiaricen con la cultura digital para poder trascender más allá del miedo y el temor a lo desconocido y así conocer sus posibilidades y riesgos. Las redes, en este caso las digitales, instauran imaginarios y formas de comprender la vida cotidiana, la política, la salud, la espiritualidad, en fin, configuran maneras de estar en el mundo. Por ello, resulta importante ser críticos frente a todo lo que por allí circula y, sobre todo, cómo cada uno se representa y entrega su propia vida en el ciberespacio. 

La democratización del conocimiento y la información, que se pregona en diversos ámbitos de la cultura digital, lleva también al control de lo que sucede con las vidas de los individuos, asunto que se plasma en que todo lo que circula en el ciberespacio queda registrado en algún servidor. Lo público, lo privado y lo legal quedan expuestos. Las anteriores precauciones y oportunidades, hacen pensar en que el fenómeno de la cibercultura y la cultura digital, está ya en nuestra vida cotidiana. Eso que en las películas de ciencia ficción se veía como un lejano anhelo humano, está cada vez más presente en los usos culturales de las personas: tarjetas inteligentes para el transporte público, cuentas que se pagan en línea, compra de tiquetes para teatro o cine sin necesidad de acercarse a la taquilla, sistemas de posicionamiento global para ir de un lugar a otro y, especialmente, los dispositivos móviles como esa herramienta de control y regulación social.

 Así, hablar de las hipermediaciones de Carlos Scolari, del hombre postorgánico en palabras de Paula Sibilia, de la inteligencia colectiva y la algorítmica de Pierre Lévy, del humanismo digital que reclama Milad Doueihi o de las narrativas digitales que ha desarrollado el colombiano Jaime Alejandro Rodríguez, solo son un pretexto para reconocer que la cultura digital y la cibercultura no son una simple abstracción.

 Para bien o para mal, somos más localizables, más mediáticos, más transmediales; allí hay posibilidades de reflexión para examinar estos fenómenos de forma crítica y rigurosa y así seguir comprendiendo que significa hoy eso de ser humanos. *Profesor Universidad de La Salle. Doctor en educación y sociedad por la Universidad de Barcelona, España. Libros más recientes: Cibercultura y prácticas de los profesores. Entre hermenéutica y educación (2013). El saber práctico [Phrónesis]. Hermenéutica del quehacer del profesor (2015).

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